martes, 7 de febrero de 2017

LA CONQUISTA DE HISPANIA I


VII ante Idus


Terror romanorum. Zamora



NO FUE FÁCIL

Los romanos llegaron a la península ibérica para expulsar a los cartagineses en el año 218 a. de C. y ya no se marcharon, pero fueron necesarios doscientos años para terminar de someter a los últimos hispanos: cántabros y astures.
No fueron doscientos años de guerra continua  sino que fueron años en los que se intercalaban periodos de calma entre las revueltas y escaramuzas continuas con victorias y derrotas de ambos bandos.
Las razones que dan los historiadores a la gran duración de la conquista (teniendo en cuenta que César solo tardó diez años en pacificar la Galia) se refieren a las deficiencias políticas y estratégicas de la época, finales de la república; los generales y magistrados  que Roma enviaba  a Hispania pertenecían a las mejores familias pero no tenían apenas nociones ni experiencia en táctica militar. Su objetivo era conseguir riquezas y gloria a cualquier precio, por ello actuaron con gran torpeza y crueldad. Pocos generales brillantes vinieron a Hispania.
 No hay que olvidar que la naturaleza del terreno y el temperamento de los hispanos fueron también factores fundamentales en la prolongación de la conquista.

ROMA CONTRA CARTAGO

Los hermanos Escipión (Publio y Gneo) llegaron a Hispania no a invadirla sino a detener y expulsar de ella a los cartagineses que avanzaban peligrosamente hacia Roma. El primero en llegar fue Gneo en el año 218 a. de C. que llegó por mar hasta la costa de Ampurias donde desembarcó sus tropas. Un año más tarde llegó Publio; y juntos comenzaron a empujar a los cartagineses hacia el sur ganando para su causa a las tribus ibéricas gracias a la habilidad negociadora de los hermanos y a la liberación de rehenes hispanos.
En el año 211 a. de C. los ejércitos de ambos hermanos fueron sorprendidos cuando ya estaban en el alto Guadalquivir. Ellos murieron.
En el año 210 a. de C. el hijo de Publio, llamado también Publio, conocido con el sobrenombre “el Africano” por su victoria sobre Aníbal en Zama, decidió atacar por sorpresa Cartagena, por tierra y mar, y en siete días la ganó, liberando a los rehenes y ganándose la simpatía de los habitantes. El avance hacia el sur fue imparable derrotando a los cartagineses. Cuando partió victorioso a roma dejó sus tropas en Hispania.

HISPANIA, FUENTE DE RECURSOS

Aunque fue la presencia púnica la que llevó a los romanos a Hispania, fueron sus recursos los que les incitaron a quedarse:
·         Fertilidad del suelo en los valles del Guadalquivir y del Ebro.
·         Las riquezas naturales del subsuelo, como las minas de oro y plata y otros minerales.
·         Los hombres fuertes y valerosos usados bien para engrosar sus tropas bien como mercenarios.


RELEVO DE AMOS

Aunque en un primer momento la población estaba agradecida a los romanos, pronto descubrieron que tan solo había habido un relevo de mandos, por lo que las tribus ibéricas comenzaron a sublevarse y las revueltas y escaramuzas cada vez fueron más intensas.
Para organizarse mejor y poder controlar las sublevaciones, el senado romano decidió dividir la parte este de la península en dos zonas:
·         Hispania Citerior (la de más acá): comprendía desde Ampurias hasta el sur de Cartagena.
·         Hispania ulterior (la de más allá): comprendía lo que es ahora Andalucía.

LA ROMANIZACIÓN: DOS EFECTOS

El proceso de romanización que sufrió la península ibérica tuvo dos efectos, uno negativo y otro positivo.
Por un lado, destaca la ambición desmedida de Roma que saqueó con gran crueldad  a los pueblos íberos e incluso aniquiló completamente a poblaciones enteras, como sucedió con los cántabros, lusitanos y celtíberos. Los doscientos años que duró el proceso demuestra la resistencia de los indígenas.
Por otro lado, como efecto positivo, tenemos que reconocer que nos transmitieron el legado sobre el que se asienta nuestra cultura y la de gran parte de Europa: lengua, derecho, literatura, calendario, arquitectura, costumbres… Un legado que pervive hasta nuestros días.

                                                                        Fuente: José Antonio Monge Marigorta
                                                                        Revista Historia, National Geographic